Patitos en Fila

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martes, 25 de enero de 2011

Coraje

Latidos. Avivados latidos. Respiración. Agitada respiración. Y entre tanto revuelo interno, Andrés no había notado sus pantalones empapados del sudor perteneciente a sus manos. Miraba impávido el suelo, conteniendo la necesidad urgente de correr, de gritar. Intentando atenuar las pulsaciones, se reclinó sobre el banco del andén. No quedaba mucho tiempo de espera, pero él solo hecho de saber que volvería a enfrentarla lo descolocaba, lo dejaba atónito, bloqueaba su capacidad de razonar.
Comenzó a recordarla, justo en ese momento, creyendo que sería una herramienta de escape. Todavía podía sentir el aroma que Clara solía dejar impregnado en las sábanas. Cada noche, se esforzaba por retener ese instante donde la sentía, pero no siempre era posible, y sabia que cuando no lo lograba, sería inútil intentar conciliar el sueño. Todavía su amor le daba descargas.
Miró el reloj, y su mirada fue tan intensa que creyó detener el tiempo. Tenía miedo. Sentía terror. Clara había formado parte de su pasado, pero también de su presente aunque ella no lo registrara. Tomándose la frente, secó las gotas de sudor, y recordó que en su bolsillo guardaba aquel tesoro. Lo tomó entre sus manos, lo observó detenidamente, y como era de esperarse, una cascada de recuerdos lo inundó aún más en la desesperación. Ella lo había amado, el estaba seguro de eso.
–    Clara me amó, yo se que supo amarme… ¿o en realidad me quíso? ¿Me quíso o tán sólo me acompañó por lástima a mi desenfrenado amor por ella?
El calor no ayudaba. Era tan agobiante como los sentimientos que estrujaban su estómago. Sintió el silbido del tren a lo lejos. Y tembló. Volvió a mirar su reloj. Y se tranquilizó.Todavía quedaban unos minutos de espera. Sería otro tren, otro destino.
- Dios, ¿por qué este destino? –Pensó amargado- ¿Por qué será que dios no me quiere?
Y se volvía a plantear:
 – Si me considerara, sabría que no puedo perderla, que la necesito en mi vida…si me considerara, ella me amaría…
Levantó su cabeza, volvió a reclinarse, y sintió pena de su ser. Pudo notar que estaba desalmado, que Clara se había adueñado de su razón.
Imaginó todas las posibles reacciones de su amada cuando descendiera del tren. Furia, enojo, desprecio, ignorancia, desinterés. Eran las únicas posibilidades que encajaban.
Y sin notarlo, de pronto, llego diferente, por no decir que se metió, el recuerdo que iluminó su pensar.
Clara y Andrés jugaban, no superaban los 8 años de edad, Andrés moría por sorprender a Clara. La invitó a la orilla del rió, la citó “cuando el sol parezca color naranja” en el árbol donde solían jugar, y Clara prometió que allí estaría. Andrés, emocionado, con un regocijo imposible de disimular, corrió a su casa, más precisamente a su habitación. Cuando estuvo seguro de que nadie lo iba a interrumpir, dibujó el corazón mas hermoso, y en el centro, ambas iniciales consagraban un amor eterno, puro como cualquier primer amor. Lo guardó con mucho cuidado, y se dirigió al árbol, a esperar. El sol resplandecía, pero comenzó a dejar de brillar, y Andrés sabía que en el momento en que se volviese naranja, Clara vendría. Huirían hasta la orilla del río y allí, podría entregarle su tesoro. Andrés espero, esperanzado al principio, frustrado y triste después. Pero Clara jamás apareció.
Volvió a escuchar el silbido del tren, y supo que era el tren de Clara. Se levantó y se marchó Sin dudar, se lleno de coraje, y comprendió. Clara estaba fuera de su destino, porque ella supo traicionarlo una vez, y lo traicionaría toda la vida.

2 comentarios:

  1. no siempre que uno traiciona lo vuelve a repetir, mas alla de eso, muy buena historia, me gusta cuando cuentan historias de vida.

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  2. No es una historia de vida, aunque podría caber en la vida de cualquiera.
    De todos modos, gracias por tus palabras.

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